martes, 14 de abril de 2015

Cuando la SONRISA NOS gatea

Huele a herida de guerra, a indefensión aprendida, a tormenta que ha muerto dentro, al sangrar de unas manos exhaustas de sujetar las riendas, a mirada muerta de frío. Huele al deseo que da paso al cansancio. Todos tenemos momentos en la vida en los que uno parece estar a la deriva. Momentos en los que el corazón tiende a encogerse y a arrugarse, momentos en los que estamos tan asqueados de todo que si se nos apareciera el genio de la lámpara para concedernos tres deseos… no se nos ocurriría ninguno.


La vida tiene ciclos, nosotros también y remontar es un camino que debemos construir nosotros mismos, poco a poco, no importa el tiempo, importa redirigir nuestra vida  buscando el sentido a cada instante.


Esos momentos también forman parte de mi historia personal y frente alguno de ellos os aseguro que tengo un suspenso como la copa de un pino. Si me vas leyendo y más aún, si me conoces personalmente, sabes de mi talante positivo, de mi actitud entusiasta y de mi pasión por la vida , pero te puedo asegurar que también sufro mis miedos y vivo la incertidumbre, me cuesta aceptar muchas veces la realidad, otras veces me enfado e infinidad de veces lo hago conmigo misma, soy una eterna aprendiz de la paciencia, me preocupa fallar a las personas que quiero y hay días… hay días en que la motivación parece gatear y con ella gatea mi sonrisa. Hoy me gustaría compartir contigo las enseñanzas de esos momentos, pero no sin antes decirte, que sigo siendo alumna de todas ellas. 




- En la vida somos eternos aprendices. En el momento en que nos equivocamos, la vida nos vuelve a examinar de lo mismo una, dos, tres y tantas veces como nos sean necesarias para aprendernos la lección. Los obstáculos son un gimnasio para nuestras neuronas en un ejercicio de dinámica construcción. Tendemos a presuponer, a ver solamente la parte negativa de lo negativo y aprendemos también que en todo lo negativo hay algo positivo.

- Sólo ante las dificultades somos capaces de aprender a encontrar puertas hacia nosotros mismos, que de otra forma nunca se hubiesen abierto. Obtenemos la medida de nosotros mismos, de nuestra voluntad, de nuestro compromiso, de la fortaleza que nos constituye, del riesgo que estamos dispuestos a correr y de la entrega real que tenemos hacia aquello que decimos que tanto amamos. Aprendemos a ser capaces de sostener cada error y sentir el dolor sin por ello sentirnos inadaptados, incapacitados o fracasados.

- Aprendemos a controlar nuestra mente.  Una chispa de pensamiento enciende al instante una emoción e inmediatamente, ésta construye un comportamiento de respuesta. La clave está en poder controlar nuestros pensamientos. Nuestra mente unida a nuestras emociones es una herramienta fantástica  y es el lugar donde creamos la realidad que más tarde se manifestará. Si nuestros pensamientos están condicionados por creencias limitantes, miedos o resentimientos… nos quedaremos atrapados en un círculo vicioso de sufrimiento constante.

- Nuestra capacidad de conseguir lo que tanto anhelamos depende en gran medida de focalizarnos, de nuestra capacidad de perseverar y sobre todo de nuestra paciencia. Aprender a ser pacientes es tener esperanza y sin ella, nos somos capaces de resistir las dificultades y remontar nuestros errores. Manteniendo la calma y actuando con paciencia podremos bucear en las soluciones que nos exige cualquiera que sea la situación que nos desborda. La paciencia es energía.

- De nada sirve el pataleo, de nada sirve la rabia, de nada sirve autocompadecernos y mucho menos nos hará ningún bien subirnos a nuestro ego pensando que nadie va a darnos lecciones. Mientras más nos neguemos a entenderlo, más desestabilizados y vulnerables nos sentiremos, porque es en la sencillez y en la humildad donde podemos encontrar la apertura. Cuando lo aprendernos, dejamos de  inyectarnos todo ese veneno letal que nos invalida definitivamente.

- Aprendemos a dar. Experimentamos que dar  abiertamente sin esperar nada a cambio, al final nos retorna y cuando lo hace, siempre vuelve mejorado. La fortaleza se esconde en nuestra capacidad de amar y la necesidad de amor nos incluye a todos.

- Aprendemos a agradecer. Nuestra vida es una excelente oportunidad para agradecer continuamente lo poco y lo mucho.  No tiene que ser una respuesta a algo concreto. Practicar el agradecimiento sin más, nos hace más felices.

- Aprendemos a perdonar y a perdonarnos derribando así esos muros de incomprensión y malestar sin límites. El perdón va ligado íntimamente a la facultad de comprender, a la capacidad de ser compasivos y cuando lo practicamos es como soltar un peso enorme que nos ayuda a respirar ligeros y aliviados. Perdonar y perdonarnos nos otorga paz. Actualmente cuando medito practico la técnica Hawaiana del Hópponopono  que me permite poner en marcha un proceso de limpieza y sanación liberándome de las cadenas del resentimiento. 

- Aprendemos a aceptar. Y en la aceptación aprendemos a fluir. Siempre me gustó el texto que a continuación os propongo; “Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida. Sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida, y se estanca en las orillas, se convierte en un problema. Fluir con la vida quiere decir aceptación; dejar llegar lo que viene y dejar ir lo que se va. Tú no eres lo que sucede.... eres a quien le sucede.”

Y aprendemos, que precisamente en todos esos momentos de dificultad, cuando sentimos que nuestra sonrisa gatea, es para devolvernos la emoción, las ganas, el latido y la vida.