Se sentó a la orilla de un sueño que navegaba
a ultramar sin otro punto de referencia que las estrellas. Una piel elástica
que crecía con cada sentimiento determinaba su posición, el rumbo, el tiempo,
la velocidad, la distancia y la profundidad para no encallar y sortear los
obstáculos mientras durase la travesía.
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Foto reciente de mi amiga Sonia Caparros del día que salimos a navegar en Palamós |
Navegaba con la certeza que aún le quedaban
muchas orillas en la playa y sonreía imaginándolas mientras acariciaba su pelo con toda la paciencia
del reloj, deteniendo el tiempo en cada nudo que desataban sus dedos. Sustituyó la brújula por el coraje y decidió
hacer suceder lo imposible.
Disponía de las mejoras cartas de navegación dibujadas
bajo un entramado de música que repara, de alegrías y tristezas que unen, de abrazos que desarman
y abrazos por sorpresa, de besos a tiempo, de sonrisas que provocan la suya, de
manos que sostienen, de palabras emocionadas que son hogar y refugio, de puntos
suspensivos renovados, de ternura brindada y recibida, de caricias que derriban
muros, de miradas que sostienen y empujan y elevan.
El mar se
agitaba y le despertaba las ganas con el sonido de sus olas, ofreciéndole esa
calma que todos necesitamos para seguir navegando despacito pero con una fuerza
imparable que se siente desde adentro. El mar rugía y su eco le dejaba un
soniquete en el alma advirtiéndole una vez más, que un corazón que no se
derrama siempre será una batalla perdida.
Su cuerpo
empezaba a arder mientras en el horizonte divisaba el mar surcado por otras naves, que como la suya, bogaban a toda vela sin perder un ápice de entusiasmo.
De repente, al son del silbido
de la brisa y en medio de un batallón de olas que rezumaban y que jugaban con la quilla de su embarcación, escuchó al mar gritar…
Elige siempre en quién anclar y cuándo soltar amarras, recuerda que la ingratitud siempre te llevará a la deriva , aprende
que veces la felicidad sólo se trata de
tomarte momentos para ti mismo, sonríe a las heridas porque donde hay dolor
está la cura, empápate de amor que te alimente y alimenta con el tuyo al resto
de naves que bogan a toda vela como tú.
Nunca te quedes en puerto por costumbre,
por vicio, por inercia o porque no hay más lugar al que ir y deja siempre una
estela de entusiasmo en tu navegar porque te ayudará a saltar excusas y a derrotar miedos.
Y cuando
te sientas derrotado y con frio, recuerda que ganar es darte a ti mismo
infinitas oportunidades y celebrar que no te rendiste. Todo ello te hará libre.