Estalla el corazón, la tristeza se oye en los ojos, la rabia se enfurece y arrasa el alma. El mundo se vuelve nudo, se atasca una gran tormenta en tu garganta y sientes un precipicio infinito en el pecho. La intuición, la misma a la que amordazaste, quema o arde... ya no sé.
Duele lo que no dijiste mientras lo sangrabas al viento, duele lo que te negaste, duelen todos los días de exceso de ruido interno y cómo duelen todas las veces que dejaste de ser por miedo o cobardía.
La herida de abandono, de todo el tiempo en el que te hiciste falta, duele ahora con fiereza.
Hoy, tras el golpe, toca escupir la sangre y seguir luchando. Toca tragarte el (puto) orgullo, dejar de andar de espaldas, perdonar(te) y dejar de escuchar a la culpa que te murmura desde cualquier azotea.
Es hora de reconocer lo que no y lo que tampoco.
Toca reconocer quien no y quien nunca.
Hoy tras el golpe, toca soltar para encontrar, soltar para encontrarte.
Así que deja de rebobinarte en el dolor tratando de entender.
Escucha, a veces nos pasan cosas ¡y no se trata de entenderlo todo!
De lo que sí se trata, es de entender que el fondo es únicamente un escalón y que no puedes quedarte indefinidamente ahí.
¡No haber arriesgado o haberte quedado en un “si hubiera” es peor que regresar a trozos!
Voy a apostarme todas mis heridas, a que con un jardincito de ganas sin miedo en la palma de tu mano y unas gotitas de la esperanza que guardas en tu sonrisa, seguirás arriesgándolo todo para crecer.
Entrena para ser más, amar más, crear más, agradecer más, atreverte más. Entrena para lamentarte menos, justificarte menos, limitarte menos, autodestruirte menos, esperar menos.
Aprende a ser feliz. Hay un jardín en tu interior.
Viaja en un libro, vuela en una canción, ríete en mitad de un beso, inventa ventanas para cuantas puertas se te hayan cerrado, deja que tus heridas dancen en paz, respira la belleza que te rodea, siéntete viento y siéntete ave. ¡Hazlo!
Reconoce tu esfuerzo, tus logros y lo mucho que has avanzado. Aunque el cansancio ahora es brutal, sigue entregándote a raudales y no a cuenta gotas. Abrázate muy fuerte por ese empeño tuyo en no dejar de ensuciarte las manos para seguir limpiando el camino.
Fluye, para que al despertar, notes como el día te sonríe llenando de flores tus pestañas.
En la buenas, en las malas, en las pésimas y en las peores, jamás renuncies a ti. Por nada. Por nadie.
No te arrepientas de ti mismo. Elígete.
Agradece lo vivido, agradece por tantas otras caídas que vendrán y en las que hecho pedazos, sabrás reconstruirte.
Agradece lo vivido, agradece por tantas otras caídas que vendrán y en las que hecho pedazos, sabrás reconstruirte.
La vida es una preciosa lección de amor y humildad.
La vida es poder, aunque no siempre puedas.
Confía en ti. Nunca dejes de latir, latir alto y claro.